El Descubrimiento

Libro: Los Hijos de los Dias – Eduardo Galeano

En 1492, los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja.


12 de octubre – Los hijos de los días – Eduardo Galeano

Los Olvidados

En lo personal, no estoy de acuerdo con los ideales de conmemorar la muerte de alguien como comúnmente se hace, me gusta mas destacar el nacimiento de las personas.

Aquí un humilde homenaje a Eduardo Galeano (1940) en el día de su nacimiento y porque no también para todos los abuelos en su dia (9 de septiembre)

  

En el sur de la ciudad de Paraná, en un atestado «Hogar de ancianos» ( como amistosamente se lo denomina ), concurrió allí un día mi madre, para acompañar a una amiga, la cual tenia su hermana alojada en aquel lugar.

En aquel tétrico y oscuro lugar, a mi madre le llamo mucho la atención una actitud espontanea y masiva de aquellos «caídos del sistema»; con sus dedos indices presionaban sus mejillas una y otra vez reiteradamente como pidiendo algo…

Inmediatamente mi madre los entendió, ellos querían que alguien los vea, que alguien les ilumine el día, ellos pedían simplemente… un beso.


Cristianf

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Día de los pueblos indigenas – El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

Rigoberta Menchú nació en Guatemala, cuatro
siglos y medio despues de la conquista de Pedro
de Alvarado y cinco años despues de la conquista de
Dwight Eisenhower

En 1982, cuando el ejercito arraso las montañas
mayas, casi toda la familia de Rigoberta fue exter-
minada, y fue borrada del mapa la aldea donde
su ombligo había sido enterrado para que echara
raíz.

Diez años despues, ella recibio el premio Nobel
de la Paz. Y declaro:

–Recibo este premio como un homenaje al pue-
blo maya, aunque llegue con quinientos años de
demora.

Los mayas son gente de paciencia. Han sobrevi-
vido a cinco siglos de carnicerías.
Ellos saben que el tiempo, como la araña, teje
despacio.

9 de agosto – Día Internacional de los Pueblos Indígenas 

 

Las edades de Ada – Mujeres – Eduardo Galeano

A los dieciocho años, se fuga en brazos de su pre-
ceptor.

A los veinte se casa, o la casan, a pesar de su no-
toria incompetencia para los asuntos domésticos.

A los veintiuno, se pone a estudiar, por su cuen-
ta, logica matemática. No son esas las labores mas
adecuadas para una dama, pero la familia le acep-
ta el capricho, porque quizás así pueda entrar en
razón y salvarse de la locura a la que esta destinada
por herencia paterna.

A los veinticinco, inventa un sistema infalible, ba-
sado en la teoría de las probabilidades, para ganar
dinero en las carreras de caballos. Apuesta las joyas
de la familia. Pierde todo.

A los veintisiete, publica un trabajo revolucio-
nario. No firma con su nombre. ¿Una obra cienti-
fica firmada por una mujer? Esa obra la convierte
en la primera programadora de la historia: propo-
ne un nuevo sistema para dictar tareas a una ma-
quina que ahorra las peores rutinas a los obreros
textiles.

A los treinta y cinco, cae enferma. Los médicos
diagnostican historia. Es cáncer.

En 1852, a los treinta y seis años, muere. A esa
misma edad había muerto su padre, Lord Byron,
poeta, a quien nunca vio.

Un siglo y medio después, se llama Ada, en su
homenaje, uno de los lenguajes de programación
de computadoras.

 

Adios – Mujeres – Eduardo Galeano

 

Las mejores pinturas de Ferrer Bassa, el Giotto
catalan, estan en las paredes del convento de Pe-
dralbes, lugar de las piedras albas, en las alturas de
Barcelona.

Alli vivian, apartadas del mundo, las monjas de
clausura.

Era un viaje sin retorno: a sus espaldas cerraba el
porton, y se cerraba para nunca mas abrirse. Sus fa-
milias habian pagado altas dotes, para que ellas mere-
cieran la gloria de ser por siempre esposas de Cristo.

Dentro del convento, en la capilla de San Mi-
guel, al pie de uno de los frescos de Ferrer Bassa,
hay una frase que ha sobrevivido, como a escondi-
das, al paso de los siglos.

No se sabe quien la escribio.
Se sabe cuando. Esta fechada, 1426, en numeros
romanos.

La frase casi no se nota. En letras góticas, en len-
gua catanala, pedia y pide todavia:

Dile a Juan
que no me olvide.
(No m´oblidi / diga.li a Joan.)

Click en la imagen de abajo para agrandar.

Pintura de la celda de San Miguel , obra «San Francisco y Santa Clara» Capilla de San Miguel – Monasterio de Pedralbes. España (Barcelona)

El arte de dibujarte – Mujeres – Eduardo Galeano

En algún lecho del golfo de Corinto, una mujer
contempla, a la luz del fuego, el perfil de su aman-
te dormido.

En la pared, se refleja la sombra.

El amante, que yace a su lado, se ira. Al amane-
cer se ira a la guerra, se irá a la muerte. Y también
la sombra, su compañera de viaje, se ira con el y
con el morirá.

Es de noche todavía. La mujer recoge un tizon en-
tre las brasas y dibuja, en la pared, el contorno de
la sombra.

Esos trazos no se iran.
No la abrazaran, y ella lo sabe, Pero no se irán.

 

 

 

Llorar – El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

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FUE en la selva, en la amazonia ecuatoriana. Los indios shuar estaban llorando a una abuela moribunda. Lloraban sentados, a la orilla de su agonía. Un testigo, venido de otros mundos, pregunto:

-¿Por que lloran delante de ella, si todavía esta viva?
Y contestaron los que lloraban:

– Para que sepa que la queremos mucho

 

Nochebuena – El libro de los Abrazos – Eduardo Galeano

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FERNANDO Silva dirige el hospital de niños, en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedo trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.

Hizo una ultima recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodon: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpa o quizás pedían permiso.

Fernando se acerco y el niño le rozo con la mano:
– Decile a… — susurro el niño — . Decile a alguien, que yo estoy aquí.

La Noche/1 – El libro de los Abrazos – Eduardo Galeano

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La noche/1

No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los parpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta

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Teología/1 – El libro de los Abrazos – Eduardo Galeano

 

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Teología/1

El catecismo me enseño, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.